Sobre el cáliz sagrado de tu boca
sembré la semilla férrea del desagravio.
¡Aborrece mi nombre entre pálpitos noctámbulos
y diluye mi presencia en la infinitud de lo olvidado!
¡Soslaya la agonía de mi recuerdo tórpido
en un trueque amargo de placeres varios
donde mi piel se desgarra cruelmente de tu regazo
para evaporarse en el subterfugio del pasado!
Y ábrete al abandono inclemente de mis brazos...
No quiero tu aliento en mi cuerpo anidado;
no anido tu aliento en mi cuerpo liberado.
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