Me llamas y ensordecen mis sentidos en el litigio de tu boca.
¡Condenas mi piel a otra noche diabólica
En el recodo de tus brazos
Que se agitan, desorbitados,
Para colmar las ansias prófugas de un alma consternada
Al sacrificio perenne del deseo de tu cuerpo en la huella de mi persona!
Me acaricias y adormeces lo que tocas.
¡Me rindo en ti
Y muero en cada verso que deposito, inocente y sutil,
sobre la marea sacrílega que naufraga tras la inconsistencia frugal de un barco sin proa!
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