Duelen las espinas que se clavan en mi pecho
como puñales hambrientos de dolor sin sustento.
Duelen los besos desperdigados al viento,
¡Las caricias enamoradas de los avatares del tiempo,
los caprichos sinuosos de pasiones sin dueño,
la verdad que retorna de tus labios en dirección a mi cuerpo!
¡Ay, cómo duele la agonía del silencio,
los abrazos rotos en las esquinas de nuestro lecho,
los alborotos clausurados en los designios del recuerdo,
la hiel amarga que depositaste sobre la semilla de nuestro encuentro!
Y mientras duele ese litigio de espinas que se clavan en mi pecho,
auguro el aroma inconfundible de horizontes vespertinos liberadores de sueños,
que ralentizan paulatinamente el sabor asfixiante de tus besos,
para prender suspiros sinuosos sobre la patente de mis anclados deseos.
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