Me quedé esperando la llegada de un tren
que nunca arreció en su destino.
Sola, con el corazón abierto,
con la mirada sangrante,
con el escozor de este ardiente sentimiento.
Sola, con los ojos esclavizados en tu recuerdo,
con el perfume de tu cuerpo pululando en mi desierto,
con el beso prematuro que se eleva tras una ráfaga de viento.
Sola, aclamando tu regreso
entre la calamidad de un destino travieso
que se ceba con este corazón abatido en su desconsuelo
de no hallar una sintonía que aplaque su cautiverio.
Sola, anclada en la estación de un tren y con el equipaje lleno
a sabiendas,
de que ahí moriré en la espera inútil
de tu naufragio sobre los albores de mi puerto.
Sola escarbando en la desidia de estos asintóticos versos
que lloran su lejanía entre los clamores vertiginosos del tiempo.
Sola.
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