Hoy no quiero llorarte,
porque sé que no te fuiste, porque nunca te marchaste.
No quiero recordarte,
porque sigues latiendo en mí, porque me acompañas en este viaje
con tu presencia unívoca y perenne en cada amanecer que nace
bajo la custodia de tus ojitos morenos, los mismos que contemplo cuando cae derrotada la tarde.
Porque por momentos hube de buscarte
y me detuve ante el esplendor del cielo para hallarte
robándole un halo de luz a un lucero centelleante
que encarna tu eterna e implacable imagen.
Hoy sé donde encontrarte...
Porque habitas en nuestras esencias, bajo la divinidad etérea de un ángel.
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