cuando desatas lentamente ese vestido negro,
¡No me pidas que entienda de retenciones,
ni que disimule el deseo que se escurre por mi cuerpo,
pues enloquecen mis sentidos en el suburbio de tu beso
y me deshago, cual miel sobre lengua ardiendo,
en la cercanía abierta de tus rodillas, sobre los albores de tu sexo!
No me ates en esa mirada fija que interpongo para delimitar el tiempo
que ha de transcurrir hasta que tus labios sacien mis anhelos,
¡No me encierres en la jaula de alambres rotos y recuerdos obsoletos,
de caricias turbias por la distancia cruel de nuestros movimientos
que hoy se desangran en sus dolores pretéritos
para preñar a mi alma de envites lujuriosos y placeres a destiempo!
No me hables de lo que necesito si no es el pasaporte hacia tu pecho
para calmar ahí mi sed agónica de sudores desperdigados en silencio.
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