Me gusta que me toques
en un amanecer sin término,
que deposites sobre mi tristeza
el clamor de vientos nuevos
y que engendres sobre mi cuerpo
la tibieza pulcra de atardeceres y versos,
¡La dulzura desmedida de tu piel contra mi sexo,
el lujurioso manjar que nutra estos desvalidos anhelos
que hoy gimen su hastío bajo los acordes de un viento
furibundo y arrollador en su tránsito por mi sendero!
Me gusta que me toques
en la aurora sempiterna
cuando los pajarillos cantan
mañanas de luces frescas,
cuando los jazmines afloran
sin ni siquiera ser primavera,
cuando cae inclemente la noche
y no tengo a nadie que me quiera...
Me gusta que me toques
en el alarido de tus penas
porque quizá también sean las mismas
que hoy dibujan la línea de mi condena.
Me gusta que me toques
en la latitud lejana de angustias que no cesan,
que me encadenan,
que se enturbian y medran
en un manantial de ilusiones rotas y de inútiles quimeras.
Me gusta que me toques,
cuando la soledad se instala como mi única compañera.
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