Háblale de mí a la escarcha de tu nombre
que se desvanece derretida sobre estas nalgas agotadas,
háblale de mí al paisaje neutro de colores
que ya mis ojos se ciegan cuando arrecia la luz del alba.
Háblale de mí a los páramos gélidos de tu boca
que se dispersan en la hecatombe de una pausa acentuada,
háblale de mí a esa estación de tren desnuda y sola
que pesa el equipaje anclado en la estrechez solemne de esta espalda.
Háblale de mí a ese poema arrítmico de tu cuerpo
que pierde trabazón cuando conjuga las palabras,
háblale de mí al enlace roto y angosto que subyace sobre el viento
mientras que se recomponen las caricias que quedaron sepultadas.
Háblale de mí a los caudales nocturnos de tu deseo
que duerme mi nostalgia prematura entre lluvias y añoranzas,
háblale de mí a ese cautivo verso,
¡Háblale de mí a la sonrisa altiva de esperanzas,
a los oasis de hortensias cultivadas sobre el tiempo,
a los libros sin hojas, a los folios desiertos,
a los pétalos sin rosas,
a los inviernos que perecieron
en esa tarde siniestra y loca
que escribió el epílogo definitivo y sempiterno en pleno mes de enero!
Háblale de mí a los naufragios de tu piel sobre otro puerto
que navego en la mendicidad de un pudiente y en el elogio castizo de un blasfemo.
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