Duermen las gaviotas a orillas de la playa,
cantan los ruiseñores historias de azúcar y almíbar
mientras que ella enfunda su lágrima límpida y blanca
entre los azules del cielo enamorado que la mira.
Un ave soñadora desgarró sentimientos y alegrías
para implantarlos sobre el viento en su enjuta cobardía,
y mientras ladran los ruiseñores historias de azúcar y almíbar
ella espera en la playa consternada, embriagada en su propia agonía.
No llores, niña,
no llores otra despedida,
¡Grítale al tiempo que eres sol y luz de mediodía,
que acicalas torrentes con colores y armonías,
que endulzas el amargor de los limones que hoy suspiran
cuando rompe una lágrima escrutada en los designios de la vida!
No llores, niña,
no gimas aires de melancolía,
¡Quiebra tu angustia sobre helechos y margaritas,
que eres rosa de abril y lluvia estival
en los arduos desiertos de caricias y pasiones bravías!
No llores, niña,
¡No esquives frescas y renovadas brisas
que el corazón es rey de copas
en la baraja agitada de una nueva y maniobrera partida!
A orillas de la playa, gaviotas vespertinas...
Y ella, hurtando besos y abrazando golosinas
enfundada en una lágrima blanca y límpida;
bajo el azul de un cielo que, enamorado, la mira y mira.
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