La gente entra y sale de tu vida continuamente. Algunos entran y se van sin más, sin ni siquiera dejarte un simple recuerdo para inmortalizarlos en la memoria. Otros, entran y se quedan, sembrando en el alma continuos cercos de encanto y algún otro de hastío, pero implantándose en tu existencia de modo constante y pertinaz. Y otros entran, plantan una firme huella en tu pecho y, lamentablemente, terminan marchándose por circunstancias diversas. Sin embargo, esa huella, esa marca que rubrican sobre todo tu ser mientras han estado dentro, puede sobrevivir muy a largo plazo en tu existencia, hasta de manera imperecedera. Son personas que poseen un encanto especial por simplemente ser y estar en un momento determinado del viaje, personas que se rasgan la vestimenta para mostrarse tal cual son, puros, auténticos, honestos, sencillos, sinceros, comprensivos... Por supuesto que también pueden señalar tu camino por todo lo contrario, de manera negativa y perniciosa, pero si son capaces de plasmar su esencia sobre tu recuerdo, de algún modo fueron importantes y especiales mientras estuvieron. Y, en ocasiones, no hace ni falta verlos o tocarlos para saber que existen y han estado presentes. Basta con descubrirte un botón de la camisa y saber entender el lenguaje que brota de las mismas entrañas.