Miénteme cuando pregones mi nombre en la penumbra nocturna
y no halles más palabras que las inclemencias del silencio.
Miénteme cuando surques las aguas de un mar embravecido
y no encuentres más consuelo que el sonido de la brisa pululando entre tus dedos.
Miénteme cuando recorras un cielo azulado y pulcro
y no veas más allá del fulgor de los rayos solares que te alumbran.
Miénteme cuando tus pasos decidan adentrarse en el subterfugio del ayer
y no palpes más que sensaciones pretéritas y mi obsoleta presencia
vagabunda en un recuerdo banal que atraviesa precipitadamente tu mente.
Más no me mientas cuando ardo en fervientes deseos al atisbar tu silueta
que sucumbe, lenta y traviesa, ante la llama que nos alberga
de láminas placenteras invocando al clímax encarnizado
que provoca el enlace de mi abierto vientre a tu viril y ferviente estela.
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