El silencio atraviesa los cimientos de acero.
Me susurra que te fuieste
tras una ráfaga de aire limpio y fresco,
que surcas fronteras y conquistas a otro lecho,
que enamoras la mirada jubilosa de unos ojos que no son morenos,
que emancipas tu boca de la mía en el pórtico indisoluble del recuerdo.
La aurora silencia apetitos resguardados del hielo.
Aún persisten las huellas de tus dedos tejiendo aromas sobre mi cuerpo,
la desproporción de placeres y lluvias derramadas en el quicio de mi puerto,
los dolores propios y los fracasos ajenos,
¡La expropación de mi sonrisa sobre páramos solitarios y resecos,
cuajarones de heridas rotas en la comisura de unos labios hoy sedientos,
miradas agotadas en la esquina infructuosa de tus versos
y yo,
mendigando la palabra que jamás escapó de la conjugación del verbo
rebelde a ser sustraído de lo que ya significa de todo menos "te quiero"!
El silencio evapora aceros y cimientos
y susurra que te has ido, y que ya nunca nos veremos.
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