La tarde mece un olvido delincuente
que lacera anhelos pendientes de mañanas
y tú,
que olvidas al olvido en crepúsculos silentes
cuando gritan soles cabizbajos de nostalgias.
Y arrecias en mí como la certeza que calla y miente
sobornando gozos que antes te pensaban,
libando sudores de tientos sin pieles
en etérea cópula de hiel y alma.
Son sagaces los pulsos que solo sienten
sin reparar en úlceras de pecho y cama,
y son ingenuas las bocas que ciernen
besos camuflados en saliva y cara.
La tarde mece a ese olvido delincuente
que solo sabe de guaridas sin morada.
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