que musite tu nombre al aire entre súplicas infinitas,
por saber que deseo que mi cuerpo penetre,
pusilánime,
por los subterfugios de los poros abiertos de tu piel.
¡Qué el tiempo no mengüe esa incipiente incandescencia
que surgió aquella tarde en la que la luz de tus ojos se cruzó con la mía¡
Soy un ente errante que camina por un profundo boscaje
sin más equipaje ni destino que el pesar más profundo,
sobre unos hombros pertrechos,
del anonimato de otros besos pretéritos que yacen,
impasibles,
sobre mi cuerpo ya deshecho.
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