Me pierdo con sagacidad entre el fulgor que exalta de tu piel
cuando se encuentra con mi pertrecho cuerpo cultivado de múltiples antojos.
Abro las cadenas plomizas que sepultaron mi vida a la condena intratable
del quebranto enlutado
para acariciar, sutilmente, la flor colorida emergente del calor de tus labios
que rozan con ansias las cavidades de mi rostro
para finiquitar, el miedo indisoluble de un corazón castigado
a la insensibilidad de lozanas y esperanzadoras emociones.
Me desvela el álgido deseo de la unión inminente de dos pasiones pretéritas...
Me conmueve la sobriedad con la que permanece la indisolubilidad de mi entelequia.
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