Quiéreme despacio que las prisas me mataron.
¡Deseáme levemente en un suspiro de verano
y despoja mi imagen a la alevosía del viento otoñal
para recogerme en la difuminada cuneta de lo esporádico!
¡Mírame tan sólo cuando mis ojos estén cerrados
y cura mis heridas bajo el velo del silencio empañado
en un arrebato espontáneo de lujuria no consumado!
Y acaríciame desnuda cuando mi cuerpo se haya desangrado...
Quiéreme despacio,
que mi agonía reposa perenne
en la intratable llaga del pasado.
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