Camino a deshoras
con los párpados obnubilados,
con tu nombre aprisionando otra aurora,
con tu recuerdo cautivo y levadizo
castigando
a unos ojos lastimados
por un llanto agónico que se quiebra,
tórpido y helado,
entre las paredes opacas de un corazón maltratado
en la penumbra previa de otra ausencia en este vil desamparo.
Grito el lamento del desengaño,
la oquedad del silencio marginado
en esa tortura que implantó tu cuerpo sobre mis labios
para encadenarme a un beso tóxico y envenenado,
que absorbe,
disuelve,
dilata,
desangra y se viste enlutado
en estas noches tenebrosas de delirios y vanidosos desagravios.
Me río de la sombra de tu engaño,
¡Me regocijo en la figura desdibujada de unos secos abrazos
en los que deposité una confianza marginada
a este silencio temprano!
Y gimo mi desconsuelo entre hálitos de miedo clausurado
en insomnios torturadores y carentes de significado.
Porque en eso se convirtió esta inútil existencia
desde el momento en que un beso tóxico rozó,
lascivo,
la enjuta cavidad de mis labios.
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