Inherentes ansias

Nado entre el perfume de rosas muertas
que aún subsiste en el llanto de mis sábanas,
cabalgo entre la borrasca de tardes yertas
que acatan el precepto acérrimo de esta vil nostalgia.

Ay corazón,
si supieras que hay nieve sobre las cornisas de mis nalgas,
¡Que la escarcha se solidifica aún frotando mi cuerpo en otra llama,
que los besos quedaron insonorizados en el entumecimiento de tus palabras,
que las pasiones se arrinconaron en las esquinas de viejas lascas
de recuerdos absorbentes e indómitos que paralizan el viaje de mi alma!

Ay corazón,
si supieras que tu eco hostigó la afonía de mi garganta,
¡Que el columpio del anhelo se congeló entre áridas montañas,
que los colores de mis versos solo visten de tinta blanca,
que estos brazos fenecen en cada crepúsculo que concibe tu mirada,
que mis labios besan arrecifes engalanados de tu ya oxidada mortaja!

Y suspiro los lamentos que aún retozan en la intercesión precisa de tus aguas
mientras concurro, insconciente, al sepelio inapelable de dos gorriones domeñados a sus inherentes ansias.

Ay corazón...
¡Cuánto gozas!
¡Cuánto hieres y matas!