En el desmayo fortuito de zalemas
cuando el crepúsculo camufló tu rostro entre hiel y yedra,
cuando los éxodos se hicieron ecos y navajas incrustados sobre mis venas,
cuando los remolques se tumbaron en la aridez perenne de efluvios y quimeras,
¡Cuando la marea apacible fue tornado de carne yerta,
cuando los pulmones inhalaron la ponzoña de la contienda,
cuando mis versos eran sequías en pantanos y primaveras,
cuando plañe la luna la deserción de mil estrellas...
llegan aplausos celestes y abejas penitentes hacia mi colmena
edulcorando las gargantas que un día profesamos muertas!
Y gozamos de la calentura ávida de fallas y cáscaras nuevas
para anexionar rastrojos de penurias entre dicciones mordaces y obsoletas.
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