Atisbo mi despedida
aún mendigando la palabra indecible de tu boca.
¡Aprendí a amarte entre vagas letanías
desgarrando mi pecho y mi cordura tras tu sombra
vislumbrando los placeres de una carne tibia
sintiendo el pálpito de esa lágrima que aflora
soñando tu cuerpo en mis noches de vigilia
imaginando tu arroyo empapando esta alcoba
que ahora murmulla éter de partida,
que ahora, en aflicción, llora y llora
sabiendo que el todo era cosa mía
desconociendo que el nada es innato a tu ahora!
Me voy perdiendo entre la desidia
de un corazón maniatado a la congoja.
¡Arde solitario en el baldío de la esquina
que eres resuello de tiempo y hora!
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