Enciendes el crepúsculo de mis derrotas
en cada zalema que implantas sobre el duelo.
Eres de la novicia rosa el sutil aroma
que sana el ultraje de mi desconsuelo,
¡La savia humedecida en el desierto de mi boca
degustadora de agravios y paladares yertos
el pantano fecundo sobre las arideces de esta alcoba
que se creía carcomida en besos sin dueño
la quietud absorbente de ansiedades calumniosas
seductora de desidias en el fracaso de mis dedos!
Distraes las angustias de unas manos rotas
que esbozan contornos en pánicos obsoletos.
Eres la risa de esta lágrima que llora
¡Porque te halló escarbando, en el núcleo de mis anhelos!
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